miércoles, 3 de marzo de 2010

EL HOMBRE QUE CAYÓ A LA TIERRA


Interesantísima película de 1976, dirigida por Nicolas Roeg e interpretada por David Bowie, en el papel que supuso por aquel entonces su debut como actor en la gran pantalla. La película es una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Walter Tevis.
Thomas Newton Howard (Bowie) es un extraterrestre de apariencia humana que llega a la Tierra. Gracias a sus avanzados conocimientos científicos y técnicos, consigue crear un emporio de empresas especializadas en el registro de patentes de invención (“empresas mundiales”), dirigidas en la línea de la investigación y el desarrollo (sobre todo de nuevas fuentes de energía). La intención de Thomas es regresar a su planeta junto con su familia, un planeta desértico castigado por una pertinaz sequía.
La historia es fascinante, sorprendente, conmovedora. Desde el principio hasta el final, Roeg intenta sumergirnos en un relato sin concesiones de cara a la galería, alejado de gratuitos espectáculos pirotécnicos y centrándose en el plano de los sentimientos, anhelos e introspecciones de los personajes. La interpretación del debutante Bowie es genial, amén de que el papel le va como anillo al dedo. Su caracterización alienígena, con o sin maquillaje, es sencillamente extraordinaria. El ritmo es premioso, sosegado, y las pretensiones del film no escapan a ciertas ínfulas. Adolece de un abuso reiterativo del elemento técnico del zoom (tan setentero, por otro lado), y en algunas ocasiones su montaje deslabazado puede resultar lisérgico y poco comprensible. Por otro lado, la fotografía y la factura técnica son de muy alto nivel, por encima de la media de otros productos de la época. El paisaje terrestre en confrontación con los deseos alienígenas, así como la evocación del planeta de Bowie en recurrentes flashbacks, cobra protagonismo propio en la pantalla, convirtiéndose en una pieza más del engranaje escénico. Por último, destacar que la película se centra en buena parte en relatar las miserias y envidias de la sociedad humana, así como de sus actores sociales; ni el propio Thomas, tan alienígena él, conseguirá abstraerse de la vorágine decadentista que le rodea, cayendo en vicios mundanos y prosaicos como el alcoholismo, y conociendo el sabor y la cara más amarga de conceptos tan humanos como la traición, la mentira o la falsedad.
A pesar de un montaje algo arbitrario y heterodoxo –por momentos-, de algunas lagunas de guión, y de que la película decae en su interés en su tercio final, no deja de ser una auténtica joya de la ciencia ficción, injustamente olvidada y desconocida. Sirvan este blog de cine y esta reseña, no obstante, para reivindicarla como se merece.
Fernando Alonso y Frías

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